Una extensión lisa, dura, de medidas reglamentarias que permite al patín deslizarse y avanzar al ritmo que quien lo trae puesto impone. Público, jueces, el vestuario adornado con puntos brillantes que centellean al resplandor de las luces que alumbran la pista.
La música comienza y el rostro expresa una intensa concentración. Las manos se mueven y enseguida el patinador/a impulsa su cuerpo en un movimiento ingrávido que recorre la superficie del suelo. Izquierda, derecho y despacio, dibuja una curva hacia el centro preparándose con el cuerpo tenso. Brinca, gira en el aire. Una, dos, tres vueltas. Aterriza limpio con un pie, el otro en escuadra perfecta se sostiene gracil en medio de la faldita diminuta que termina el traje de la patinadora mientras baila al son de la música junto a su bien vestido compañero.
Su compañero de negro atavío luce nervioso mientras la toma entre sus brazos después de que logró la pirueta simultánea y como si nada, la levanta a través de vueltas y vueltas. Arriba, en arco, la pierna más arriba y abajo despacio. La deposita la pista y así, al ritmo de la música danzan mientras las pistas adornadas bailan pequeñas sólo para mis ojos.
Esto es el Patinaje Artístico, compañero principal de mis sueños.
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